(Hildebrando Sábilo)
La división del tiempo
es creación y patrimonio
humano:
Antes no existía, nadie sabía
qué hacer con el tiempo,
qué función tenía,
ni cuál era su tiempo libre.
La división nos liberó:
A partir de esta conquista
la vida se ordenó, y el hombre
pudo organizar su actividad
productiva, como las otras.
Así, comenzó a ejercitarse en
el desarrollo de los diversos
patrones rítmicos necesarios
para la producción.
El ritmo pone límites a la libertad,
ordena. A cambio, ofrece el goce
de la continuidad que brinda
la repetición regular:
No hay ritmo, ni goce
por fuera de la repetición.
La división rítmica, se produce
a una velocidad regulable, que nos
incorpora a un continuo de secuencias
sucesivas y regulares, propias
de la función del goce.
Dentro de sus pautas regladas
el ritmo nos regala esa continuidad
donde cada movimiento es previsible,
confiable y reproducible como el goce
de la integración.
Amamos la regularidad, el encadenamiento
natural de instantes, sensaciones y secuencias
que conforman una unidad habitable, tanto
como mensurable y negociable.
Nuestra propia naturaleza, es un conjunto
de funciones rítmicas con mayor o menor
conciencia: A la conciencia, no solemos
frecuentarla con intervalos regulares.
La división, es una función primordial
para entender el ritmo, el tiempo, los
ciclos vitales, el sentido del trabajo
social y la apropiación individual, así
como la función social de la propiedad.
Sin disponer de la división del tiempo,
nunca hubiéramos tenido futuro
y no conoceríamos otra cosa que
la necesidad en estado puro,
desnuda y salvaje, imponiéndose
con toda su violencia bajo un ritmo
tan obscuro como ajeno.

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