(Amílcar Ámbanos)
Hay que cuidar el cero,
de los números redondos
es el más importante que
tenemos.
El cero es esencial, no sólo
para el cultivo del pensamiento
abstracto, sino que es el más
funcional de todos los guarismos:
Hasta sirve a la producción
de metáforas memorables:
Hay que volver a cero, el grado
cero del texto y la muerte del
autor, o la más popular, vos sos
un cero a la izquierda.
En metáforas más elaboradas, el
cero puede presentarse oculto, o
aparecer como un límite:
“A mi izquierda está la pared”
El sujeto emisor remite a una pared
imaginaria, para significar que no
hay nada; la pared es una construcción
retórica, una forma material que viene
a ocultar el cero: La pared es la falta
de lugar, allí donde no cabe nada, ni
una parte de sujeto, sólo el cero.
Las metáforas no tienen relación con
la verdad; pueden contener alguna
tanto como burlarse de ella, sin que
eso altere su valor, mayor o menor
que cero.
Como sujetos, necesitamos tanto del
cero como de las metáforas, ambos
explican una buena parte de nuestra
evolución.
Pero el cero bien puede estar solo,
sin dejar de ser el que es: lo que haya
a su izquierda o a su derecha no deja
de serle indiferente.
Nosotros, por el contrario, no podemos
ser indiferentes: Sin el cero, no existiría
el sistema binario, del que dependemos
para organizar el pensamiento y cultivar
valores propios, más o menos distintos
de cero.
No es poco lo que se cifra en esa cifra
humilde y redonda, que alguna vez no
existió.
Si tuviera que elegir un número natural,
elegiría el cero, soy sincero.
Hay que cuidarlo, al cero. Es el más
perfecto de los números racionales
y tiene más funciones que sentidos,
a imagen semejanza de nosotros.
El cero ya lo tenemos, no es poco,
es una propiedad inalienable.

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