(Epifanio Weber)
Creo que son felices mis lombrices.
Lo sospecho, aunque no tengo la
certeza.
Una vez escribí un poema
con lombrices californianas, pero
no lo vi más. Se lo habrá tragado
la tierra, o bien se volvieron
a California: el terruño tira, siempre
se vuelve al pago como al primer amor.
A las lombrices las atrae la tierra
y suelen ser correspondidas.
Hay una necesidad recíproca, como
en el amor.
Yo les tengo algún afecto, no sé si es
amor pero es algo parecido.
Me encargo de que no les falte alimento
(cáscaras, restos de nuestra comida,
frutas que se pudren, yerba, café: todos
esos desechos que cualquier humano
produce a diario)
No sé hasta qué punto lo aprecian y son
capaces de retribuir el sentimiento. No es
muy distinto del amor.
Aunque lo mío no es del todo desinteresado:
A cambio de esa basura, ellas producen
humus y con su trabajo, transforman eso
en un buen abono.
Bueno, el amor es intercambio; damos para
recibir, algo que las lombrices no tienen
por qué saber: son criaturas elementales
¿Qué pueden entender del amor?
Yo creo que son felices, dentro de sus
posibilidades de lombrices. Viven tranquilas,
sin sobresaltos, salvo cuando les llevo su
comida: Al cavar el compost, siempre mueren
algunas, algo inevitable; cuando lo veo, el daño
ya está hecho y cada vez veo menos.
Son accidentes naturales, daños colaterales.
Sabemos que la vida, como el amor, producen
víctimas.
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