sábado, 4 de mayo de 2024

El amor a la tierra

 

(Epifanio Weber)

 

Creo que son felices mis lombrices.

Lo sospecho, aunque no tengo la

certeza.


Una vez escribí un poema

con lombrices californianas, pero

no lo vi más. Se lo habrá tragado

la tierra, o bien se volvieron

a California: el terruño tira, siempre

se vuelve al pago como al primer amor.


A las lombrices las atrae la tierra

y suelen ser correspondidas.

Hay una necesidad recíproca, como

en el amor.


Yo les tengo algún afecto, no sé si es

amor pero es algo parecido.

Me encargo de que no les falte alimento

(cáscaras, restos de nuestra comida,

frutas que se pudren, yerba, café: todos

esos desechos que cualquier humano

produce a diario)


No sé hasta qué punto lo aprecian y son

capaces de retribuir el sentimiento. No es

muy distinto del amor.


Aunque lo mío no es del todo desinteresado:

A cambio de esa basura, ellas producen

humus y con su trabajo, transforman eso

en un buen abono.


Bueno, el amor es intercambio; damos para

recibir, algo que las lombrices no tienen

por qué saber: son criaturas elementales

¿Qué pueden entender del amor?


Yo creo que son felices, dentro de sus

posibilidades de lombrices. Viven tranquilas,

sin sobresaltos, salvo cuando les llevo su

comida: Al cavar el compost, siempre mueren

algunas, algo inevitable; cuando lo veo, el daño

ya está hecho y cada vez veo menos.


Son accidentes naturales, daños colaterales.

Sabemos que la vida, como el amor, producen

víctimas.


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