(Serafín Cuesta)
Abrumado por la bruma,
ya lejos en el tiempo del fin
de toda zona urbanizada,
el viejo Buick seguía impertérrito,
avanzando a altas horas
como un fantasma seguro de sí mismo
entre la oscuridad de un paisaje
deshabitado.
Con éste no hay nada que temer,
estos autos viejos son de fierro.
Camino de ripio, con límites difusos.
Orienté el buscahuellas para mejorar
la visión. Siempre puede aparecer
una alimaña, o algo peor, nunca se sabe.
La noche puede ocultar sorpresas
indeseables. No se puede confiar mucho
en vidas nocturnas, ni en faunas cadavéricas:
Sabemos que no estamos solos
en la promiscuidad de la noche,
aunque parezca lo contrario.
La luz larga y el buscahuellas, me brindaban
suficiente seguridad. Me puse a hablar solo,
para no distraerme y dormirme: A falta
de interlocutor, no había otra opción.
Hablábamos de bueyes perdidos
sobre la monotonía de una recta
que parecía infinita, sin más señales
que unas huellas, quién sabe de quién
que revelaba el buscahuellas.
No consume poco el Buick, pero es un fierro,
aunque no sea primera mano y tenga casi
ochenta años.
La bruma impregnaba la noche.
Ya despejará, nunca es eterna la noche
desde que el mundo es mundo.
La vida nocturna no me inquieta,
ni los accidentes naturales del camino
que alumbra el buscahuellas.
Ai hay algo seguro en esta vida,
es el camino que puede verse
a través del parabrisas.
No tiene una visión panorámica,
el Buick es de otra época: como yo
y algo más viejo.
Pero es cómodo, sólido, seguro
y el buscahuellas está intacto.
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