(Remigio Remington)
El aforismo es un arte peligroso,
Nietzsche supo cultivarlo con
profusión y buenos resultados:
Terminó perdiendo la cordura.
Otros los han hecho antes
y después con distinta fortuna.
Luego, la producción aforística
comenzó a declinar, después
de haber ofrecido sus mejores
expresiones, y hoy casi nadie
la practica.
Dicen que quien entra ahí, ya
no sale; hay una especie de adicción
a esa forma, como algo patológico.
Deberíamos sospechar de todo
aquello que produce adicción,
antes de que sea tarde.
Nosotros también tenemos
cultores del aforismo, como el
conocido J. N. , toda una vida
dedicada a esta producción,
aunque tuviera otra profesión:
(Hay escribanos dados a la
escritura)
Conoció el éxito y no podía parar:
como el aforismo, el éxito también
produce adicción.
Más allá de la calidad, en algunos
sasos bastante dudosa, el aforismo
es una forma breve y sentenciosa.
Su práctica ejercita la concentración,
la economía de recursos: La economía
concentrada permite producir sentido
con un mínimo de recursos.
Lo mismo es propio de la función poética,
aunque con algunas diferencias: El poema
no ofrece certezas y es ajeno a la sentencia,
carece de toda autoridad.
Pero puede adoptar formas aforísticas
y repetir una fórmula retórica:
“Siempre habrá alguien pergeñando
frases imbéciles, y alguien aún más
imbécil que las celebre”
El aforismo sólo aspira a la repetición
para perdurar: No dura casi nada su
lectura, pero su forma breve, cerrada
y sentenciosa ofrece una certeza:
Es fácil de recordar y apto para repetir
y ser repetido. Abreviando, lo único que
persigue el aforismo es volverse memorable,
convertirse en cita.
Yo nunca escribí algo memorable, ni aspiré,
pero creo haber frecuentado alguna vez el
aforismo. Incluso tengo uno bastante
rescatable, aunque ahora no lo recuerdo.
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