(Carlos Inquilino)
El merodeador se vio
rodeado de roedores,
miró en derredor
y en un abrir cerrar el número
de roedores aumentaba a la
redonda reproduciéndose
a la par del movimiento
circular.
Giró sobre su eje en ejercicio
y no halló cosa en que poner
su órbita ocular que no fuera
recuerdo de otros merodeadores
y cuerpos de roedores redoblando
el merodeo original, evolucionado
ahora en anacrónico.
Pensó en Dios, como el creyente
que hubo sido y aun lo merodeaba,
pero la imagen que trajo su mente
era la del Dios de los mamíferos:
Una rata overa, del tamaño de un
cordero bien comido y con vocación
de crecimiento.
Intentó librarse con un giro de 180
grados, pero su eje degradado no
le respondía: ya no era el mismo.
El merodeador sospechó que estaba
solo, en rodeo ajeno y sin ángulo de
giro:
No creo que vuelva a merodear
por aquí, se resignó. La resignación
es condición de la fe.
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