(Serafín Cuesta)
Me solté la mano,
ya era hora de que hiciera
su propia experiencia.
Hay que soltar, antes de que
sea tarde, y ya tenía edad
más que suficiente.
Siempre hay algo que soltar,
que liberar: No alcanza con
emitir consignas o repetir
frases deliberadas que promuevan
algunas libertades, tan parciales
como sospechosas mientras
liberamos toxinas.
Así como nos libramos de la gente
tóxica, también es bueno ampliar
la propia libertad en forma responsable
y liberarnos del mal uso de la palabra.
Empezando por libertad, tan vapuleada,
degradada, manipulada y genéticamente
modificada hasta convertirse en su
opuesto.
La ambigüedad estructural de las palabras
las hace presa de destinos impensados:
Valèry, que gustaba pensar en palabras,
decía que algunas tienen más sentidos
que funciones.
Detestaba la palabra libertad: Hay palabras
que parece que cantan en vez de hablar.
El canto siempre genera confusión, y es
incontestable, salvo por sí mismo.
II
Yo no les quiero cantar,
ni a las palabras ni a su ambigüedad
(sólo la aprecio como recurso poético)
Prefiero oír el canto de los pájaros,
que no suben de mi pecho y andan sueltos.
Los pájaros son libres, hasta cierto punto:
Lo son de volar y de cantar, pero no de ser
pájaros (como decía un poeta hablando de
una mosca) ni de terminar en manos de
su predador habitual.
La libertad nunca avanzó entre nosotros,
ni en la Historia de los significantes
humanos.
Adoptar la posición vertical, y liberar las manos
de su función original no nos hizo más libres:
Sirvió para desarrollar la capacidad productiva
y todas las formas de manipulación conocidas y
en desarrollo.
Ya era hora de soltar, no sé si ahora era cuando
o había sido mucho antes: Hay cosas que son
irreparables, pero ya está: Me solté la mano.
Que sea lo que Dios quiera, que sea libre
de escribir su poema.
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