(Serafín Cuesta)
Pares o no
los ojos de la noche
velan el sueño de los vivos;
acaso el de los muertos.
Se multiplican por división
como algunos organismos olvidados
que aún pernoctan en el amanecer
de la memoria orgánica.
No buscan otra paridad
para sus límites desnudos
que cursan claroscuros y linajes
en el frío rigor de la ecuación
espacio – tiempo.
¿Para qué cultivar ojos
cuando la vida anocheció?
¿Cuántos permanecen en vela
para contar los ojos de la noche?
Algunos inversores trasnochados
condescienden, inducidos por la
lógica deductiva que todo lo reduce
a fórmulas banales:
La noche es sólo la inversión del día.
Y pasan cada noche abriéndose y
cerrándose como un ojo inútil,
que no divisa ni distingue
de la noche
más que su parte muerta.
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