(Encarnación Segura)
Un
rebaño de pescadores sin
manos, pacía ante el estanque
de
agua estancada:
Hay
aguas que redundan
en
un estancamiento ocasional,
aunque
podría tratarse de aguas
servidas.
Pero,
en realidad, era sólo agua
estancada
en su destino de uso
sanitario.
Está
claro como el agua: Lo único
que
podía sobrevivir ahí, era la
contaminación
en desarrollo.
(Sólo
nosotros, los humanos, somos
capaces
de desarrollarlo todo, aún
cuando
no hemos llegado, todavía, a
desarrollar
todas nuestras capacidades)
Sería
ocioso aclarar que nadie podía
pescar
nada en ese estanque, pero no
es
el caso ¿Qué hubieran podido pescar
esos
pescadores sin manos?
Sería
redundante agregar que no había
nada
que esperar. Pero la única esperanza
sin
sustento, es la del que cree que no hay
nada
que esperar:
Y los pescadores eran hombres de fe
(La pesca es un acto de fe, acaso el
primero)
El
Ojo de Dios, que todo lo ve, no iba a
permanecer
indiferente como cualquiera
de
nosotros.
Él
se compadeció del rebaño desahuciado
y
echando mano a su poder sobrenatural,
colmó
de peces el suelo a los pies de los
pescadores,
sin importar sus pecados, y se
pronunció
sin dejarse ver:
He
aquí que estos peces son vuestros, es
palabra
de Dios y ofrenda de su amor
infinito (prefiere la tercera persona)
Podéis
disponer a gusto de ellos, después
de
ofrecerme a uno de vosotros en sacrificio
como
prueba de amor y sumisión devota.
Los
pescadores se miraron perplejos, primero
vacilaban
y luego se sumieron en largas
discusiones,
sin llegar a un acuerdo razonable:
Se
impuso el egoísmo y nadie aceptó sacrificarse
por
sus hermanos.
Alguien
propuso negociar con el Altísimo, pero
descubrieron,
no sin cierto alivio, que ya no
estaba
disponible.
Los
peces, en cambio, permanecían allí, a sus pies,
y
se movían como si estuvieran vivos: Un milagro
que
no había que malograr…
Pero
no eran tontos ni mancos esos peces milagrosos
emanados
del Amor Divino: Cuando los quisieron
tomar
y llevar a sus alforjas, se les resbalaban como
anguilas
aceitosas y no menos apetitosas.
Desesperados,
los pescadores se agitaban, montaban
en
cólera e insultaban a los peces resbalosos, mientras
sus
brazos sin manos se movían sin ningún sentido, ya
fuera
de control.
Buscaban
llamar la atención para obtener ayuda,
pero
nadie les daba una mano, como si no los vieran.
Entonces,
desconsolados, abatidos y acaso parcialmente
arrepentidos,
imploraron al cielo como buenos pecadores.
Algo
parecido a un trueno se hizo oír, para evolucionar
en
una estentórea carcajada de burla, precediendo a
aquella
voz que conocieron y ahora reconocían:
Lo siento, sin sacrificio no se consigue nada.
A ver si aprenden, eh...