(Elpidio Lamela)
La muerte es algo natural,
una experiencia que hay que pasar,
como otras.
Sólo que es una experiencia única,
que no puede repetirse, aunque es
una experiencia vital e intransferible
como otras.
Pero también pasa, como todas,
sólo que no sabemos bien qué es,
cómo es, hasta que no la vivimos.
Lo mismo ocurre con otras experiencias,
sólo que algunas podríamos no vivirlas,
ni conocerlas, a diferencia de aquella
que sabemos que nos va a pasar y es
inevitable.
Sólo que no sabemos cuándo: ¿Hay que
estar disponible? ¿Es mejor estar bien
preparado? ¿Cómo prepararse para lo
que no se conoce?
No me asusta, estoy listo, toda la vida
estuve preparándome para ésto, dijo uno
que sabía que iba a morir:
Después murió, aunque no conocemos
su experiencia.
Las experiencias pasan, se acumulan en
los cuerpos como el polvo en los libros,
leídos o no, en los muebles de la casa y
en la misma casa, cuando no se barre.
Practicar un barrido de la memoria,
arrojaría un volumen considerable de
experiencias inútiles, aunque es sabido
que la acumulación produce utilidad.
Algunos se aferran a la idea del alma,
supuesta entidad incorruptible que no
puede morir, porque no se descompone,
no es materia.
Hay quienes creen que reencarna, tantas
veces como sea necesario para cumplir
los objetivos y acceder a un plano superior
donde no hay necesidad de portar cuerpos
porque no hay necesidad.
Las necesidades del alma no son muchas
y no son materiales, algo difícil de entender
para quienes sólo conocen el goce de la carne.
¿Es el cuerpo, exoesqueleto del alma?
Le pregunté a mi analista
-A usted qué le parece, me respondió con la
sabiduría proverbial de un verdadero profesional.
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