lunes, 16 de junio de 2025

El sermón de los pescadores ágrafos

 

(Encarnación Segura)

 

Un rebaño de pescadores sin

manos, pacía ante el estanque

de agua estancada:


Hay aguas que redundan

en un estancamiento ocasional,

aunque podría tratarse de aguas

servidas.


Pero, en realidad, era sólo agua

estancada en su destino de uso

sanitario.


Está claro como el agua: Lo único

que podía sobrevivir ahí, era la

contaminación en desarrollo.


(Sólo nosotros, los humanos, somos

capaces de desarrollarlo todo, aún

cuando no hemos llegado, todavía, a

desarrollar todas nuestras capacidades)


Sería ocioso aclarar que nadie podía

pescar nada en ese estanque, pero no

es el caso ¿Qué hubieran podido pescar

esos pescadores sin manos?


Sería redundante agregar que no había

nada que esperar. Pero la única esperanza

sin sustento, es la del que cree que no hay

nada que esperar:

 

Y los pescadores eran hombres de fe

(La pesca es un acto de fe, acaso el

primero)


El Ojo de Dios, que todo lo ve, no iba a

permanecer indiferente como cualquiera

de nosotros.


Él se compadeció del rebaño desahuciado

y echando mano a su poder sobrenatural,

colmó de peces el suelo a los pies de los

pescadores, sin importar sus pecados, y se

pronunció sin dejarse ver:


He aquí que estos peces son vuestros, es

palabra de Dios y ofrenda de su amor

infinito   (prefiere la tercera persona)


Podéis disponer a gusto de ellos, después

de ofrecerme a uno de vosotros en sacrificio

como prueba de amor y sumisión devota.


Los pescadores se miraron perplejos, primero

vacilaban y luego se sumieron en largas

discusiones, sin llegar a un acuerdo razonable:

Se impuso el egoísmo y nadie aceptó sacrificarse

por sus hermanos.


Alguien propuso negociar con el Altísimo, pero

descubrieron, no sin cierto alivio, que ya no

estaba disponible.


Los peces, en cambio, permanecían allí, a sus pies,

y se movían como si estuvieran vivos: Un milagro

que no había que malograr…


Pero no eran tontos ni mancos esos peces milagrosos

emanados del Amor Divino: Cuando los quisieron

tomar y llevar a sus alforjas, se les resbalaban como

anguilas aceitosas y no menos apetitosas.


Desesperados, los pescadores se agitaban, montaban

en cólera e insultaban a los peces resbalosos, mientras

sus brazos sin manos se movían sin ningún sentido, ya

fuera de control.


Buscaban llamar la atención para obtener ayuda,

pero nadie les daba una mano, como si no los vieran.


Entonces, desconsolados, abatidos y acaso parcialmente

arrepentidos, imploraron al cielo como buenos pecadores.


Algo parecido a un trueno se hizo oír, para evolucionar

en una estentórea carcajada de burla, precediendo a

aquella voz que conocieron y ahora reconocían: 

 

Lo siento, sin sacrificio no se consigue nada.

A ver si aprenden, eh... 



 

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