(Emeterio Askman)
Identifican los riesgos del exceso
de conocimiento:
Después de una investigación que
llevó años de profundos estudios
a cargo de especialistas calificados
de distintas disciplinas vinculadas
al conocimiento, se arribó a un
resultado concluyente:
No hace falta saber demasiado
para entender que no hace falta
saber demasiado.
No sólo no hace falta, sino que el
conocimiento excesivo suele tener
consecuencias no deseadas, pero es
un riesgo evitable.
El conocimiento, en sí mismo, no es
bueno ni malo: Puede ser útil aceptar
que una parte de todo el conocimiento
disponible es útil.
Profundizando un poco, para no caer
en excesos, la condición útil no es en
sí misma algo bueno o malo. No es
poco lo que resulta útil a fines dudosos:
La injusticia es más útil quer la justicia,
advertía uno de los filósofos griegos que
cultivaban el pensamiento excesivo.
Sabemos: todo el conocimiento producido
y acumulado puede servir a distintos fines,
tanto buenos como malos o dudosos.
Más sobrevive, al cabo, la duda: ¿Qué tan
bueno es lo bueno? ¿Lo es en igual medida
para todos?
¿Y lo malo? ¿Existe el mal común?
Sí, debería existir como condición para que
exista el bien común. ¿Existe?
¿Qué es lo que lo define, en sociedades
divididas en clases con intereses antagónicos?
Las preguntas sin respuesta, significan que
nuestro conocimiento es insuficiente para
definir esas categorías: No sabemos qué son
el bien y el mal.
Ante ésto, nadie puede ser neutral:
Hay que confiar en los que saben, no hace falta
saber demasiado para entenderlo, y no es algo
aconsejable:
El exceso de conocimiento produce angustia,
desazón, depresión y alimenta el pesimismo.
Tenía un amigo que era un libro
abierto, sabía de todo; se suicidó.
A otro lo mataron porque sabía
demasiado.
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