(Florencio Cusenier)
Siempre me costó encarar,
no me animaba, no me daba
la cara.
Recuerdo que me costaba,
no recuerdo haber encarado
mucho, me costaba.
No sé si alguna vez lo hice,
entiendo que no, porque lo
recordaría.
No sé, siempre está el riesgo
de quedar pagando, un costo
que hay que estar dispuesto a
pagar.
¿Y la autoestima? ¿Quién la
va a levantar, después? ¿Con
que cara mirar al espejo?
Es preferible no levantar nada
y mantener la autoestima en su
lugar, aunque no sea gran cosa.
A mi no me daba la cara para
ir y encarar. Tal vez con otra cara
hubiera sido distinto, no sé.
Hay otros que con cualquier cara,
van y encaran con descaro, como si
nada.
Claro, al no tener nada que perder,
encaran por encarar: no se fijan en la
cara, ni en el cuerpo de lo que encaran:
les da lo mismo, lo hacen por diversión.
Total, no se pierde nada para el que
no tiene valores.
De tanto encarar, algo consiguen, no
importa qué, les da lo mismo por la
falta de valores.
Es valorable su enjundia, la voluntad
de volver a encarar después del fracaso,
sin perder la actitud: una actitud ganadora
que adquieren por haber encarado tanto.
Claro, con esa actitud irreverente e insistente
a veces ganan: tanto va el cántaro a la fuente…
No importa lo que ganen, les da lo mismo
porque no tienen valores, sólo valoran el
éxito ocasional.
Se van cebando y encaran por encarar,
a ver qué pasa, como un hábito evolucionado
en vicio.
Les parece natural: No pasa nada, se gana y
se pierde, es como todo, te decían.
Era lo natural que las mujeres esperaran
ser encaradas, tan natural que parecía normal.
A mi me costaba hacerlo con naturalidad
porque no me daba la cara para encarar.
Ahora es distinto, cualquiera encara a
cualquiera sin miramientos y nadie espera
a que le encaren:
Se están perdiendo los valores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario