(Orlando Doorland)
Perdí mi avatar
entre las mieses y las musas
y sus juegos de artificio.
Ahora actúo de oficio,
no sé cuando ni como se perdió,
vestía de civil: la última vez
llevaba ropa de trabajo.
Es difícil que pueda ir muy lejos
¿qué haría sin mi?
Los avatares van y vienen
como los sacramentos y las dudas;
saben distinguir fuego amigo y
enemigo, conocen su trabajo.
No le sacan el cuerpo a nadie.
Es duro ser avatar, hay que reconocer
(hoy cualquiera espera ser reconocido
por cualquier cosa)
El mío es suculento, deseoso y
melindroso, algo entrado en carnes
pero ágil y dispuesto: Cumple su
función artificial con rigor atávico.
Los avatares van y vienen
como el hábito y el monje;
entran y salen del juego sin
perder identidad, aunque se
escondan o se alejen, como
los dioses que no encarnan.
Ya volverá ¿Quién alojaría
a un avatar ajeno?
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