(Aparicio Custom)
Invertí el
horizonte, fue sencillo
y al plegarlo
cayó una lluvia de metáforas
servidas
¿Qué es la vida, sin un horizonte?
Le pregunté a un vecino ocasional
que descendía de su metáfora:
El horizonte nunca es el mismo,
depende del observador, puede
servir como referencia o metáfora:
La ilusión necesita metáforas
para sobrevivir, no sé mucho más,
acabo de llegar; pero las ilusiones
son algo necesario para la vida
de las metáforas, usuarios, observadores
e inversores de distinta calaña, me dijo
un observador imaginario calificado.
Tal vez la vida no sea más que una ilusión;
mientras dura, armamos metáforas
que tributan a algún horizonte: hay muchos,
o ninguno. Es indiferente para la lluvia.
Ahora me tengo que ocupar de mi,
espero no haberle sido útil.
Nadie espera eso de un vecino, ni de su metáfora.
II
Volví a desplegar mi horizonte
vacío de metáforas. Siempre que llovió paró,
verifiqué frente a mi horizonte renovado y
alivianado, con la misma fe ya desprovista
de pasión:
Las pasiones pasan como las dudas, los vecinos
y sus metáforas.
Conclusión: el horizonte existe y es perfecto,
como tu percepción y la fe en percepciones.
Las metáforas fuera de servicio languidecen
sin recobrar la altura devengada en sentido
inverso.
Luego, el apego al horizonte puede conservarse
bastante bien durante un tiempo, como la fe.
Pero la gravedad es más fuerte:
Mejor no invertir en metáforas
-hay muchas más que dudosas-
Ante la duda
es mejor no invertir.
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