(Horacio Ruminal)
Hay frutos esperados e inesperados.
Hay frutos banales, exóticos, brillantes,
espinosos, dudosos, astringentes,
pegajosos, depurativos, fibrosos,
mucilaginosos, pringosos, demasiado
ácidos, obscuros, prohibidos y desconocidos
(entre éstos, no hay ninguno prohibido
todavía)
Cada uno tiene sus propiedades,
a diferencia de nosotros, que podemos
no tener ninguna.
Hay frutos comestibles, fumables, exprimibles,
disecables, descartables, procesables, opinables
o punibles.
Hay distintas formas de acceder a sus propiedades
y disfrutar sus beneficios.
Hay distintas formas de disfrutar,
al presente contamos cada vez con más opciones,
objetos y productos que responden a la necesidad
de disfrutar:
La necesidad evoluciona, se reproduce
y produce nuevos frutos.
Sabemos que alguna vez, en los primeros
segmentos de nuestra breve historia,
nuestros ancestros antropoides eran recolectores:
se alimentaban de lo que había: frutos, hojas y
raíces eran todo lo que conocían.
Tampoco había mucho para disfrutar; casi todo su
tiempo se consumía en la autodefensa, en buscar
alimento y en masticarlo.
Hoy no sería posible vivir de la recolección:
somos muchos, y estaríamos aglomerándonos
a la espera de la madurez de los frutos, para
luego disputarlos con una violencia impropia
de criaturas civilizadas. En síntesis, apostar
a la recolección sería infructuoso, además de
innecesario:
La evolución, proveyó los recursos
para producir conocimiento, desarrollar
las herramientas adecuadas para apropiarse
de todo lo vivo, invertir y disfrutar
del goce de la propiedad y
de las propiedades de la inversión.
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