(Esther Miño)
Descendemos del odio,
antes que Dios creara el Verbo
y lo echara a andar, ya poseíamos
el odio primordial.
Él lo observó desde su altura
insondable, y vio que era bueno:
funcionaba, pero podía ser mejor y
aumentar su rendimiento.
Entonces creó en un santiamén
las palabras necesarias, para
encauzarlo en todas direcciones
y sentidos e incrementar su
utilidad.
Emitió, a la vez, los excesos verbales
junto a los términos irreproducibles
para que todos tuviéramos acceso
al desarrollo de este sentimiento tan
humano como el arte, y pudiéramos
tramitarlo con éxito.
Hoy sabemos que todo se puede optimizar
para aumentar el rendimiento, incluso el odio.
Y que optimizar es el verbo divino por antonomasia.
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