(Onésimo Evans)
El colapso de la simetría
inauguró el reino de las relaciones
asimétricas.
Ni arquitectos, escultores, traficantes
ni músicos reparan demasiado en la
proporción y el equilibrio,
mucho menos los poetas, seres
intrínsecamente asimétricos que,
aunque a veces midan sus palabras
no dejan de cultivar la desmesura.
Los cánones de la belleza siempre
cambiaron: Hoy no parecen muy
deseables los cuerpos de aquellas
musas que inspiraban a artistas del
pasado.
¿Quién dijo que la belleza es una
cuestión de proporciones?
No recuerdo, pero alguien lo habrá
dicho y el mundo lo aceptó, durante
un tiempo.
En realidad, la intensidad es ajena
al equilibrio; cada uno arma su propia
armonía como puede, con lo que tiene,
según su condición subjetiva -todas
son únicas-
La armonía resuelve en cualquier parte,
cualquier cosa que prometa volver
al estado de reposo, así como la vida
resuelve en la muerte.
Los vivos no buscamos simetrías:
ya habrá tiempo para reposar
-a lo sumo buscamos paridades-
La realidad no es simétrica, ni nuestros
cuerpos lo son en demasía: nadie es
perfecto -aspirar a la perfección, es
tan vano como pedirle pares al alma-
Nadie lamenta la falta de relaciones
simétricas, ni la muerte de la simetría:
La proporción, el equilibrio, la medida
que hace a la equidad y la justicia, son
nociones anacrónicas, atavismos:
vocablos vacíos que subsisten como
residuos de aspiraciones del pasado.
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