domingo, 30 de octubre de 2022

Poliamor

 

(Amílcar Ámbanos)


Había parado de llover, ya anochecía

cuando salí al jardín. El viento había volteado

algunas plantas pero ahora estaba calmo, ya

parecía haber pasado todo.


Al llegar al fondo, levanté las ramas caídas con

la tormenta y tuve un diálogo con una señora

que, al otro lado del jardín se ocupaba en recoger

las alimañas que brotan con la lluvia, en una bolsa

que portaba.


No estaba seguro de conocerla, pero los vecinos

siempre cambian. Aunque esa casa, hacía tiempo

que estaba deshabitada: su último morador había

sido un viejo que murió hace años y dejó solo a

su gato, también viejo y enfermo, que vino a morir

con nosotros.


El diálogo fue cordial, mi atención estaba en esa

bolsa, donde se mezclaban hacinados toda clase de

bichos: desde pequeños insectos, coleópteros,

artrópodos, arácnidos, anélidos, ciempiés, babosas

y otros que no alcanzaba a clasificar ni discernir.


Me explicó que con todo ese material hacía un

preparado que servía para abonar la tierra.


No sé cómo, pero en el curso de la conversación

amigable que entablamos, gané su confianza y

conseguí que me entregara su botín: la bolsa que

contenía la biodiversidad de toda esa fauna

pletórica, pegajosa y burbujeante.


Sin entender por qué había procedido así, me

encontré con otro problema:


¿Qué hacer ahora con esa bolsa llena de vida?


Algo había que hacer, y el único que podía hacerlo

era yo. Me habrá llevado un tiempo decidirlo; no

soy un decidido y mis decisiones son de tránsito

lento.


En casa me conminaron: Hacé lo que quieras, pero

eso acá, no. Ya tenemos suficientes alimañas, ni se

te ocurra soltar ese bicherío en el jardín.


Más tarde, tal vez luego de descartar otras opciones,

me encontré en la calle, tranquilo, como cualquier

transeúnte con bolsa, buscándole un destino razonable

a la mía.


La calle, es sabido, está llena de sorpresas  -como

una caja de Pandora-   Me crucé con una novia mía;

celebramos el encuentro casual y la acompañé a su

trabajo, no muy lejos.


En el camino, encontraría un destino para toda esa

vida residual que se agitaba bajo mi mano.


(Ella ni me preguntó por la bolsa)

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