(Amílcar Ámbanos)
Un autor que no se compromete
no merece mi consideración.
Mucho menos, un poeta.
Sin compromiso, el poema no
tiene ningún valor:
Todos los valores son subsidiarios
del compromiso que asuma quien
escribe.
Fiel a mis principios, supe cultivar
el poema escapista durante años,
con un compromiso absoluto, tal
vez digno de mejor causa:
El compromiso no repara en causas
y efectos, ni en adjetivos más o menos
dignos:
Es más profundo y está por encima de
todos los valores. Si hay una causa
digna, es el compromiso.
II
La realidad intrínseca del sujeto es,
en última instancia, ese compromiso
por escapar de la realidad, que suele
ser indeseable.
Comprometerse con el propio deseo
es lo que nos constituye como sujetos.
No sé si escribí los mejores poemas
escapistas, evasivos o desviacionistas,
pero eran tan auténticos como el
compromiso que los hacía dignos.
Cuando noté que mi compromiso mermaba
en intensidad, no vacilé en cambiar el rumbo:
Sentí el llamado de la fe, y me volqué a la
poesía mística: una súmula de versos simples
y profundos, aptos para relicarios, rosarios y
escapularios.
Si algo necesita el hombre, más allá de su
autopercepción genérica, es creer en algo:
razoné, y eso alimentó mi fe, comprometiéndome
aún más con mi nuevo emprendimiento:
Hay que comprometerse hasta las últimas
consecuencias. Sin compromiso, la escritura
no tiene ningún valor (una propiedad sin
escritura, no tiene valor reconocido)
III
Llegué hasta donde pude. Hasta que algo
cambió: Mi compromiso declinaba, ya no
era el mismo…
Entonces me allané a la voz de la conciencia:
Hay que escapar.
Obedecí sin dudar ni hesitar
y con toda libertad me dispuse a asumir
un nuevo compromiso:
Ahora escribo sin escrúpulos,
no tengo auspiciantes, seguidores
ni lectores. Pero mi compromiso
no decrece.
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