(Senecio Loserman)
Una boca desdentada es inquietante:
esa oquedad está llena de señales
que no deseamos percibir.
Una boca dentada es inquietante:
está llena de señales idénticas y
propias que son como amenazas.
Un diente es un arma, aunque esté solo
en un renglón o en un rincón
de la página en blanco.
Pero una boca monodentada, no asusta
a nadie ni resulta atractiva a otras bocas.
Un diente es un arma, como una uña,
una mano, quizás un cuerpo:
(La esencia de las armas
está en la oposición, he ahí el sentido:
Un diente, una muela, un premolar
necesitan como condición excluyente
su par opuesto para cumplir su función)
II
Los cuerpos se arman a partir de sus armas,
y gustan exhibirlas: Saben que son respetados
y valorados por ellas.
Hay cuerpos que son armas en sí mismos:
El puercoespín, la medusa. O exoesqueletos
como el del escorpión, o el cangrejo con sus
pinzas desmesuradas…
Los nuestros, evolución mediante, son más
discretos en ese sentido: Sabemos que un
cuerpo armonioso, bien trabajado junto a
una dentadura sana (indispensable para la
producción de una sonrisa saludable) son
armas suficientes para ser valorados, más
allá de la vocación, entre los cuerpos que
circulan en el mercado del deseo.
Hay otras armas de atracción, conocemos más
recursos, pero nadie sensato puede sacarle el
cuerpo al valor que representa la imagen de
ese cuerpo propio.
El cuerpo es más que un arma y que un
significante: es quien realiza la función
del goce, cuando llega el momento, y funciona
como valor de uso y valor de cambio.
III
Sí, hay otras armas. Quién no confía mucho en
las virtudes de su cuerpo, puede incorporar otros
valores: Una lengua bien aprendida es una carrera,
un arma; las carreras son armas para asegurarse un
futuro.
La odontología es una carrera que siempre tuvo
futuro: casi todo lo que vive depende de su boca.
No es para cualquiera, hay que tener bastante vocación
y es costosa: Hay que disponer de un capital para poder
armar un consultorio propio y aprovechar para sí el fruto
de lo que se invirtió estudiando.
Yo no podría haber seguido nunca esa carrera, no disponía
de capìtal ni de vocación. Pero conocí a una estudiante, de
la que además estaba enamorado. Algo extraño, me era
tan ajena esa disciplina como su vocación, aunque me
hubiera ofrecido como paciente a cualquier práctica.
Podíamos mantener la conversación, hablar de ciertas
cosas: compartíamos la juventud, algunos gustos
musicales y algún amigo. Fuera de eso, ella estudiaba
su carrera, yo no tenia vocación definida y ni siquiera
teníamos la misma extracción social.
En realidad, ella no necesitaba una carrera como esa:
Tenía sus armas como para conseguirse un buen
odontólogo, un jugador de polo o un terrateniente.
No sé qué hizo que me enamorara. Su cuerpo era bello
y armonioso; sin duda me resultaba atractivo, más que
otros. También su voz, sus gestos, su risa y esa nariz
tan particular, ligeramente respingada.
O tal vez su boca, su sonrisa: esos dientes que asomaban
discretamente, casi en oposición a los míos, bastante
reticentes.
Después no supe más. Sí que terminó la carrera de
odontóloga y armó una familia, como suele ocurrir.
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