lunes, 1 de abril de 2024

El control del bruxismo en bocas desdentadas

 

(Senecio Loserman)

 

Una boca desdentada es inquietante:

esa oquedad está llena de señales

que no deseamos percibir.


Una boca dentada es inquietante:

está llena de señales idénticas y

propias que son como amenazas.


Un diente es un arma, aunque esté solo

en un renglón o en un rincón

de la página en blanco.


Pero una boca monodentada, no asusta

a nadie ni resulta atractiva a otras bocas.


Un diente es un arma, como una uña,

una mano, quizás un cuerpo:


(La esencia de las armas

está en la oposición, he ahí el sentido:

Un diente, una muela, un premolar

necesitan como condición excluyente

su par opuesto para cumplir su función)


II

Los cuerpos se arman a partir de sus armas,

y gustan exhibirlas: Saben que son respetados

y valorados por ellas.


Hay cuerpos que son armas en sí mismos:

El puercoespín, la medusa. O exoesqueletos

como el del escorpión, o el cangrejo con sus

pinzas desmesuradas…


Los nuestros, evolución mediante, son más

discretos en ese sentido: Sabemos que un

cuerpo armonioso, bien trabajado junto a

una dentadura sana (indispensable para la

producción de una sonrisa saludable) son

armas suficientes para ser valorados, más

allá de la vocación, entre los cuerpos que

circulan en el mercado del deseo.


Hay otras armas de atracción, conocemos más

recursos, pero nadie sensato puede sacarle el

cuerpo al valor que representa la imagen de

ese cuerpo propio.


El cuerpo es más que un arma y que un

significante: es quien realiza la función

del goce, cuando llega el momento, y funciona

como valor de uso y valor de cambio.


III

Sí, hay otras armas. Quién no confía mucho en

las virtudes de su cuerpo, puede incorporar otros

valores: Una lengua bien aprendida es una carrera,

un arma; las carreras son armas para asegurarse un

futuro.


La odontología es una carrera que siempre tuvo

futuro: casi todo lo que vive depende de su boca.


No es para cualquiera, hay que tener bastante vocación

y es costosa: Hay que disponer de un capital para poder

armar un consultorio propio y aprovechar para sí el fruto

de lo que se invirtió estudiando.


Yo no podría haber seguido nunca esa carrera, no disponía

de capìtal ni de vocación. Pero conocí a una estudiante, de

la que además estaba enamorado. Algo extraño, me era

tan ajena esa disciplina como su vocación, aunque me

hubiera ofrecido como paciente a cualquier práctica.


Podíamos mantener la conversación, hablar de ciertas

cosas: compartíamos la juventud, algunos gustos

musicales y algún amigo. Fuera de eso, ella estudiaba

su carrera, yo no tenia vocación definida y ni siquiera

teníamos la misma extracción social.


En realidad, ella no necesitaba una carrera como esa:

Tenía sus armas como para conseguirse un buen

odontólogo, un jugador de polo o un terrateniente.


No sé qué hizo que me enamorara. Su cuerpo era bello

y armonioso; sin duda me resultaba atractivo, más que

otros. También su voz, sus gestos, su risa y esa nariz

tan particular, ligeramente respingada.


O tal vez su boca, su sonrisa: esos dientes que asomaban

discretamente, casi en oposición a los míos, bastante

reticentes.


Después no supe más. Sí que terminó la carrera de

odontóloga y armó una familia, como suele ocurrir.


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