(Serafín Cuesta)
Un hombre se santigua
ante un cuesco desnudo,
abandonado.
Al mismo tiempo, otro se persigna
detrás de una persiana
y eleva una oración en primera
persona, ora del plural, ora del
singular.
Los hombres tienen diferencias
a la hora de orar y de adorar.
Sólo las oraciones se repiten
con distinta intensidad y altura:
como un cuesco que contiene en sí
todo el ciclo y el misterio de la vida.
Las oraciones que el hombre repite
no son siempre las mismas,
pero tienen algo en común:
No les pertenecen, fueron escritas por
otros: siempre lo fueron y todavía lo
son, incluso en el poema más profano.
El hombre tiene diferencias, las celebra
aunque no lo reconozca.
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