(Serafín Cuesta)
Menudas mermas en los límites del ímpetu
presente en cada mínima partícula de voz
que acérrima y esdrújula emite su pseudópodo
en la célula recóndita o la súplica del prójino.
Amigo, no gima,
dijo un tercero a otro.
El eco se repite en la manada,
se repite cono voz rezada, emanada
a una escala inédita y anómala.
¿Acaso no deseamos ser idénticos?
¿No nos unía el deseo de la sangre,
más o menos compatible a lo soluble?
Veo la sangre derramada del mosquito
que maté sobre el poema.
Su sangre,que era mía antes que suya
y ahora no es de nadie: Apenas esta
mancha en el poema.
(También mi mano tiene huellas de sangre,
No hace falta lavarlas: nadie se ensucia
con su propia sangre, aunque sea parte
de la vida del mosquito y de su historia
clínica)
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