(Serafín Cuesta)
El pulgar, o dedo gordo, podría
ser señalado como el más útil
o valioso de todos nuestros dedos.
Aunque para señalat es mejor
el índice, el valor del pulgar es
incontestable, y excede cualquier
cuestión estética:
Luce como el más tosco, rudo y torpe.
Hasta le falta una falange. No podría
competir con ningún otro, ni en belleza
ni en proezas.
Sin embargo, es quien provee utilidad
a todos desde su oposición tenaz e
irreductible: Yo no podría manipular
mi lapicera, sin este dedo breve, sin gracia,
que no pudo completar su desarrollo.
Se llama pulgar, porque no mide mucho
más que una pulgada en estado de reposo.
Es el elegido, entre otras cosas, a la hora
de matar las pulgas y piojos del prójimo.
Otros animales lo poseen, pero no articulado
en sentido opuesto. Mal que nos pese, el
pulgar oponible es lo que nos hizo humanos.
La belleza siempre fue ajena a la utilidad:
Todo lo que somos, lo debemos a la oposición.
Valorémoslo como merece, mientras nos
santiguamos con el pulgar derecho
y elevamos la siguiente oración:
Señor, tu rebaño de pecadores agradece
tu bondad infinita. Hágase tu voluntad
y no nos bajes el pulgar:
Quisiéramos seguir pecando
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