(Onésimo Evans)
La vaca exitosa
no conocía la enfermedad
ni conocía la palabra éxito,
ni siquiera el adjetivo exitoso.
Pero sabiéndose capaz
de cualquier cosa
confiaba en su suerte prodigiosa.
El éxito suele ser esquivo
para casi todo bicho que camina,
pero ella no lo sabía ni necesitaba
saberlo:
Le alcanzaba con conocerlo,
aunque desconociera su significado
y su función significante.
No presumia ni se vanagloriaba
de su condición de vaca exitosa.
Ajena a la ostentación, mantenía
esa humildad proverbial, aún al
descender del árbol al que se había
encaramado con éxito, en busca de
nuevas sensaciónes.
II
El volumen de sus proezas crecía,
más no la ensoberbecía. Se sabía
exitosa y no le faltaban motivos
para sentirse superior a otros mamíferos.
Pero era indiferente al valor del éxito
porque desconocía el significado,
tanto de éxito como de valor.
Quiso volar, para probar, un día que
se aburría de no volar y voló como si
nada, ante la envidia de propios y extraños.
No quiso presumir:
Cobró altura para alejarse de la vista de todos
y descender sin ser notada.
No era una vaca más, pero no quería sobresalir
ni ser discriminada, ni adorada, ni endiosada.
¿Era una vaca empoderada?
Ni se lo preguntaba, una vaca no necesita
inventar esos artificios para justificar
despropósitos. La esencia de una vaca
genérica es la humildad:
Es feliz siendo vaca y no aspira
a otra cosa.
Una vaca argentina, auténtica y
autóctona, aunque sea exitosa, sabe
que su destino es la muerte, digna o
no y mantiene su dignidad.
A diferencia de otros mamíferos
que han perdido la humildad
ante la muerte y mientras venden
humo, se entusiasman con el éxito
supuesto de una vaca muerta.
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