(Serafín Cuesta)
Hay que volver a la clandestinidad
original, escribió el poeta arrepentido
de haber vuelto del olvido.
Sin memoria no hay justicia,
pero hay otras oportunidades.
El pensamiento propio no es para cualquiera:
Tener agallas para soportar amargas verdades
no es natural a la condición humana.
Las nociones cambian de un individuo a otro,
se adaptan. La memoria colectiva es sólo una
función residual, que la Historia arrastra hacia
el olvido.
Sólo el poeta olvidado puede hacer justicia,
en la soledad de su ergástula, que es obscura
y yace en el pasado.
Al presente, sólo habemos pecadores
y nadie es igual a lo que escribe.
En una calle silenciosa, perfectamente inadvertido,
el poeta muerto se repite:
Vengo desde el olvido.
La memoria siempre encuentra
formas de vengarse:
Sin memoria, no hay venganza ni justicia.
Los poemas pueden ofrecer alguna resistencia,
más bien ridícula y modesta.
El poeta trabaja para el olvido
aunque no sepa lo que hace.
Puede vacilar a voluntad en su escondrijo
y repetir alguna cita vana o apócrifa
como cualquier mortal.
¿Podría hacer algo más que eso?
Sí, quizás lo haga, puede hacer bastante.
Lo único que no puede es permanecer
ajeno.
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