(Carlos Inquilino)
El hombre nuevo de Descartes
no descartaba ulteriores novedades.
El método resulta verosímil
hasta encontrar una oposición consistente,
una versión más eficiente de sí mismo,
o un participio presente.
Después, todo dependerá de la inversión
externa y del enemigo interno.
Es mejor invertir en invierno.
Así, el hombre produce una ilusión
que lo trasciende, hasta alcanzar el éxito
de la repetición.
Descartes no descartaba la inversión
en la producción teórica, pero la metafísica
colapsó cuando un filósofo cobró valor
y se midió con Dios: ¿La tenía más larga,
o sólo era ilusión?
Sin medida no hay valor,
oyó el auriga al rapsoda repetidor
que lo viralizaba, y hubo que adoptar
medidas.
¿Sería ocioso descartar los cambios?
¿Qué cambió?
El hombre nuevo fracasó otra vez:
Hasta Descartes lo hubiera descartado,
pero estaba absorto en sus meditaciones.
No, nadie quiso profundizar los cambios
ni descartar los excesos. Ahora es tarde
para seguir las instrucciones:
No hagas nada que no pueda deshacerse
en forma directa, práctica y sencilla.
Hubiera sido preferible desensillar
hasta que aclare pero es tarde,
eso está claro.
No hay mucho que cambiar, sólo
el poeta puede volver a fracasar
sin más impacto que el de su propia
caída, que no le importa a nadie y
nada altera.
Lo que quedó, es este metabolismo
despiadado y los reducidores que
se reciclan y prosperan: apuestan
a la regeneración de la basura
y al futuro del verbo medrar.
En los claustros e instituciones oficiales
ya descartaron a Descartes y a todos los
filósofos: Son parte del fracaso.
El futuro no los necesita, tampoco a los
poetas: Ya hubo suficientes, y todos
fracasaron. Incluso ese que todavía
vocifera desde el Averno: ¡Sáquenme
de acá la metafísica!
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