(Nicasio Uranio)
Quisiera ser un pez,
no importa el peso bruto,
su volumen residual ni el
peso específico que divide
aguas entre ahogados.
Un pez luminoso y fláccido,
nocturno pero valiente, ávido
lánguido y fosforescente como
algunas deidades elegidas.
Un pez inoportuno,
joven, dinámico y perdedor
genérico como ninguno.
Un pez ubicuo y tangencial
a todo vértice de agua,
devoto y absorbente y casi
autosuficiente.
Un pez que a nadie asombra
cuando dobla la esquina y desaparece.
Un pez inapreciable en su verdadera
dimensión y en esta otra, cuyas huellas
dactilares se pierdan en el barro
y multipliquen la confusión de los
identificadores más capaces.
Un pez pequeño y lábil
como una be labiodental,
perfecto como un huevo primordial
y con una capacidad inédita
de almacenar olvido y continuar
nadando sin guardarse nada
ni anonadarse.
Un pez tan dúctil como inútil,
a imagen semejanza, ya blando
o lívido y eréctil como un pezón.
Un pez irreductible
a valores constantes y humanos,
que permanece ajeno a todas las
corrientes y tolera la inversión
sin alterarse.
Un pez disímil y mutante,
anómalo y distante
o semiequivalente, con una lengua
única, inquietante y una boca
que no muere nunca.
Un pez pesado y ágil que transcurre,
y que de ningún modo cabría
en tu pecera.
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