(Serafín Cuesta)
Un ojo de agua
se interpuso en mi camino,
me miraba.
Le devolví la mirada: Sentí
que mi miraba mal. No sabía
por qué, ni quise saberlo.
Parpadeaba, yo también:
en eso éramos pares,
aunque su único ojo era impar.
Es posible que tuviera sus motivos
para mirarme así, siempre hay
motivos más profundos que uno
ni sospecha.
El agua tiene sus misterios, como
otras miradas de otros ojos, sean
de agua u otros elementos derivados.
No iba a cuestionar esa mirada líquida,
no soy de sumergirme mucho en esas
profundidades, cuando pienso.
Somos más agua que otra cosa: igual
que la mayoría de los animales que
miran el agua, estamos compuestos
mayormente de agua.
Y tenemos sed:
Nuestra sed empezó cuando abandonamos
el agua, y con ella, la sed de aventura, la
sed de conquista y la sed de venganza,
entre otras sedes en desarrollo.
No descartamos nada, nuestros deseos
no son fáciles de satisfacer y la conquista
no acabó. Podría no acabar nunca.
Pero no, nadie supo mirar el agua
como nosotros.
***
("Nuestra sed empezó cuando salimos del agua"
Tomado de "La Sed" de Virginia Mendoza, Valdepeñas,
España, 1987, Antropóloga)
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