(Nicasio Uranio)
-Ud. ha confesado alguna vez, en una nota,
que escribe por amor al prójimo.
-Es verdad.
-Pero sus poemas, digamos.., son o ridículos,
o absurdos…
-Afirmativo, es un acto de amor.
-¿Está seguro?
-No podría, los que están seguros no escriben
poemas. De eso estoy seguro.
-¿No cree que lo suyo sería más valorado si
escribiera poemas de amor, directamente?
-No veo una relación directa: ¿Qué valor
tiene el amor?
-No lo sé, pero es un valor que todos compartimos.
¿O usted no?
-Yo no comparto valores, sólo emito poemas y
comparto algunos con algunas personas, sabiendo
que no tienen ningún valor.
-Y entonces ¿Qué lugar le otorga al prójimo, adónde
yace el amor?
-Yo no otorgo ni quito, no soy quién para hacerlo,
sólo hago poemas. Y lo que el prójimo haga con
ellos si lo hace, si encuentra algo ahí, es ajeno a
mi voluntad. El amor es así, no se impone; se da.
-¿Qué amor? Sus poemas ni lo nombran…
-Yo escribo, y el hecho de hacerlo es un acto de
amor: se escribe para otros.
-¿Y usted cree que alguien recibe ese amor, si es
que existe?
-El amor no tiene por qué llegar a destino, Ud. sabe,
todos lo sabemos, pero nadie duda de que exista.
-De acuerdo, pero ¿por que elegir lo absurdo, o lo
ridículo para expresarlo?
-El amor es así, yo no lo elegí. Nadie sabe hasta qué
punto elige el objeto de su amor: estamos condicionados
por diversos mandatos biológicos y otros factores
que determinan resultados tan absurdos como
ridículos.
-Como mensaje de amor, no es muy esperanzador
lo suyo…
-El amor no ofrece muchas esperanzas, pero nos
aferramos a él porque tampoco las hay por fuera
del amor.
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