(Egberto Ovando)
Mi unicornio overo
ayer se me soliviantó.
Se plantó firme conminándome:
O me conseguís algo con que aparearme
o no me ves más el cuerno.
Intenté persuadirlo, explicándole las
dificultades del caso:
Pará, Rubén, no es sencillo encontrar lo
que pedís; vos sos un ser muy especial,
tenés el privilegio de ser único, y estás
acá por milagro. Yo te doy todo lo que
puedo, pero hay cosas que no puedo…
¿Qué culpa tengo de que pertenezcas a
una especie exótica y discontinuada?
Tratá de ser razonable ¿Dónde vas a estar
como acá? Tené un poco de paciencia…
¿Paciencia? ¿Qué es eso? Estoy en edad
de merecer, hace rato que estoy ¿Qué tengo
que esperar? ¿Convertirme en un paciente
psiquiátrico?
-No quise decir eso, yo te veo bien, sano y
rozagante. Tenés que confiar en el destino,
algo va a aparecer, ya vamos a encontrar la
forma de que no te frustres. Los milagros
existen: la vida misma es un milagro…
-No voy a malograr mi vida útil esperando
en vano. Si vos te podés arreglar solo, allá
vos, es cosa tuya. No te juzgo, cada cual se
satisface como puede.
Pero yo voy a salir a buscar mi destino, un
unicornio overo como yo, que sabe lo que
siente, es tan sujeto de derecho como vos
y cualquier otra criatura fabulosa o no.
Tengo derecho a conocer el amor.
-El amor es otra cosa, nadie sabe bien qué
es. Pero yo te amo, Rubén…
-Salí, dejame solo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario