(Serafín Cuesta)
Mi gato Alfa se perdió
entre la alfalfa.
¡Alfa, Alfa! Lo llamo con
angustia sin resultados a la
vista.
¡Alfa, Alfa! Repito mi llamado
tantas veces que se confunde
con la alfalfa y su propia angustia
ahogándose entre las tantas a
del alfalfar.
¡Alfa, volvé! Ordeno, imploro,
con el último resto de autoridad
que consumió la angustia:
Un llamado tan desesperado
como vano…
Es inútil llamar a un gato por su
nombre verdadero.
El gato sólo responde a su deseo,
y más aún si es Alfa.
En cuanto vuelva le voy a cambiar
el nombre.
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