(Elpidio Lamela)
-Dicen que usted, además de filósofo, teólogo
y poeta autodidacta, cuenta entre sus proezas
haber aprendido a nadar solo. ¿Es verdad?
-Afirmativo, siempre nadé solo.
-¿Lo recomendaría?
-No, nunca doy consejos ni recomendaciones.
¿Por qué lo haría? Yo me hice solo, a mi me
funcionó.
-¿Podría describir ese aprendizaje?
-Fue hace mucho, en mi juventud. Un día que
me encontraba solo, aburrido y dije: voy a nadar
un poco, y ahí me largué.
-¿No tuvo miedo?
-No, no soy de tener miedo, soy un hombre seguro.
-La gente que no sabe nada de nadar suele temer al agua,
la respeta.
-Yo nunca le falté el respeto, pero no es el caso:
estaba lejos del agua.
-¿Y cómo nadaba?
-Como todo el mundo, no es difícil. Soy un gran
observador, y había observado mucho de lo que se
nada. Tenía todos los movimientos de los que saben.
La observación es una forma de conocimiento; no es
la única, pero tal vez sea la mejor.
-Pero nadar sin agua es dudoso, no creo que se pueda
avanzar mucho…
-No crea, yo avancé bastante.
-¿Y cómo le fue con el agua?
-Siempre tuve una buena relación. Uno no puede llevarse
mal con el agua, sería como no entenderse con uno mismo:
somos casi dos tercios de agua…
-Quiero decir, ¿Qué pasó al llevar su práctica teórica al agua?
-No necesité esa experiencia, soy un hombre seguro de sí
mismo, no tengo dudas. El que está seguro, no necesita
ponerse a prueba ni tiene nada que probar.
-¿Y cómo sabe que nada sin confrontar con la realidad del
agua, sin verificarlo?
-Vea, yo sé que nado, como tantas otras cosas que sé, y no
hago porque no lo necesito. Cuando tenga que nadar, y sea
necesario, lo haré sin vacilar. No tenga dudas.
-Dicen que el conocimiento no se conserva mucho
cuando no se usa…
-Es cierto, pero no es mi caso: yo tengo una rutina
establecida, domino todos los estilos y todos los días nado algo.
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