(Serafín Cuesta)
La conquista del fuego
fue capital para la evolución humana:
Con él aprendimos a cocer la carne
de cualquier animal e incorporarla
a nuestra modesta dieta de primate.
Sumada a nuestros recursos naturales,
la proteína de la carne nos liberó
de masticaciones fatigosas, incrementó el
tiempo libre para emprender otras actividades
y aumentó en forma prodigiosa el volumen
de nuestra masa encefálica.
Comer carne ajena cruda, resultaba tan
engorroso como impracticable.
Sin la carne, es decir el fuego, nuestra
envidiable evolución no hubiera tenido lugar.
II
Algunos pensadores actuales sostienen que
nuestra evolución se detuvo, no sabemos
bien cuándo ni por qué.
Pero seguimos reconociendo nuestra deuda
con el fuego, al calor del cual aprendimos
a producir conocimiento y desarrollarlo
en todos los sentidos.
En una relación dialéctica, el propio
conocimiento desarrolló esta inteligencia
tan distinta de otras, que nos mantiene
a la vanguardia del mundo sensible.
Podemos controlar una parte de la naturaleza
y ponerla a nuestro servicio, para obtener
mayor utilidad.
Al calor del fuego, que nos iluminó
aprendimos todo lo que sabemos, y
algo de lo que somos.
III
Durante mucho tiempo, el fuego fue
un misterio para el hombre, que lo observaba
extasiado y temeroso.
Pero su conquista hizo posible que se encadenaran
todas las conquistas posteriores, que nos llevaron
a conquistar el mundo, y conocerlo, casi tanto
como al fuego, fuente de toda razón
y conocimiento.
Producir fuego, hoy es cosa de niños,
como las balas de fogueo y los fuegos
de artificio.
Una vez encendida la llama del conocimiento,
nunca se extingue y siempre nos alumbra.
Sabemos que todo lo que es, es combustión,
como nosotros y el mismo fuego.
Y conocemos lo esencial:
Como nosotros, el fuego se divide;
Hay fuego amigo y enemigo.
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