(Amílcar Ámbanos)
Se ha perdido la cultura de guardar,
conservar aquello que supo sernos
útil hasta ayer.
El vértigo nos consume y el tiempo
apremia: la necesidad de consumir,
nos lleva a sobrevalorar lo nuevo.
Los espacios tienden a reducirse, y
en las modernas unidades funcionales
no hay lugar para atesorar: lo viejo
debe hacer lugar a lo que viene:
Todo lo que viene, viene a reemplazar
algo, no se sabe con qué resultado.
No vivimos de resultados, sino del
intercambio.
La cultura es dinámica. Se creía, hasta
hace poco que las modas siempre vuelven,
en un eterno retorno. Algunos guardaban
ropa de otras épocas, esperando la ocasión.
Hoy ya no ocurre eso, no hay tiempo de
esperar la vuelta; el tiempo pasa y no vuelve.
No hay que apegarse a objetos que ya
cumplieron su función, o su ciclo.
Yo todavía creo conservar un guardapolvo
de mi época escolar. Lo había heredado,
no me acuerdo de quién: son demasiados
años para conservar la memoria.
Mi hijo no lo quiso, y yo no creo que vuelva
a necesitarlo, pero tuve una relación entrañable
y es el único testimonio que me queda
de aquellos años de adaptación a este mundo.
No pude completarla, el mundo cambió.
Yo también, y no completé mi formación.
Tampoco sé dónde estará esa prenda
que me empeñé en conservar:
Entre el tiempo, las mudanzas y la pérdida de
la memoria, es probable que se lo haya comido
el polvo. Recuerdo que era blanco.
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