(Serafín Cuesta)
En un momento pensé que estaban
cremando a alguien, el aire olía a
carne sometida a la acción del fuego.
Después me tranquilicé: era sólo
un asado familiar.
Más tarde lo pensé en frío
y reconocí mi error. Recordé haber
estado en un crematorio, en distintas
ocasiones, y la sensación olfativa no
era la misma:
El humo se elevaba sobre el horno
humano dando forma a diversas
imágenes, pero era otro olor.
Para despejar toda duda, volví a frecuentar
esos sitios por mi cuenta, como cualquier
deudo anónimo y pude corroborarlo:
No era lo mismo, ni era algo apetecible
lo que se percibía.
Cabe sospechar que nuestros cuerpos
no están solos al cursar ese trámite y
enfrentar la combustión final.
Es posible que la aprovechen para incinerar
otros residuos, y a la vez alterar los aromas
de la carne asándose hasta convertirse en
ceniza:
Sería algo peligroso que alguien pudiera
asociar el estímulo olfativo con la carne
que abona nuestros platos, y volviera a
despertar ese instinto caníbal, ya casi
superado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario