(Amílcar Ámbanos)
Ernesto amasa un moco propio,
con el pólice y el índice
amasa su producto con paciencia
de orfebre.
Redondea su tarea: al calor de las
yemas el cuerpo semisólido del moco
pierde humedad, va cobrando forma
y cambiando de
color y consistencia:
Ahora es una bolita gris y opaca.
Ernesto la amasa con pericia, acaso
con pasión no exenta de paciencia.
No es un improvisado en el arte
de amasar. Sabe que repitiendo
el movimiento circular, las moléculas
de ese moco suyo se excitan hasta
enajenarse y caerá por su propio peso
observando la ley de gravedad.
Pero Ernesto pierde la paciencia
y desliza su mano con sigilo
por debajo de la mesa.
La mano vuelve a su lugar, sin ser
notada por ningún comensal, ya
desprovista del objeto amasado:
No hagas ésto.
No seas como Ernesto.
Los mocos van y vienen,
algunos languidecen en el anverso
de una mesa.
Si amasar es un arte, no todo
el arte se comparte:
Sólo compartimos la mesa, algunos
muebles y una que otra aspiración
dudosa.
El resto es moco de pavo; no imites
la pavada de Ernesto, no compartas
tu amasado moco con la mesa
del prójimo:
Para eso, has de tener la tuya.
No seas como Ernesto:
No abandones lo que amases
ni compartas ésto.
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