(Aquino Lamas)
El amanuense cuenta las palabras
que le sobran al poema.
No es extraño que sobren y que falten
cosas en el mundo de los hombres:
Un mundo genérico, donde no se puede
nombrar todo, ni siquiera lo que falta.
Hay límites a observar para el poema
¿Son suficientes?
No es extraño sobrar en este mundo
pero se puede hacer poemas, todavía
con alguna impunidad y observarlos
zozobrar.
Pocas cosas más extrañas que un poema:
¿A qué viene? ¿Qué puede agregar a
todo lo que falta? ¿Faltaría más?
¿Qué voluntad mueve la mano, de
izquierda a derecha del aamanuense
nativo?
¿No podría hacer lo contrario, o al menos
intentar lo inverso?
¿Qué lugar merece el poema en este mundo
congestionado por exceso de humildes y
falta de humildad?
¿Es humilde el poeta cuando piensa en palabras
o sólo cuando descarta las que zozobran?
¿El poema no se mancha al ir tachando?
“La humildad es un racimo
de dedos disecados, que sólo el trabajo
arracimado del poeta devuelve a su estado
original de hipálage imprevista
donde la verdad vuelca su urna”
El amanuense no sabe lo que cuenta
y reconoce: para ser humilde, todos
los poetas abrevan en la muerte
y le deben a poetas muertos
buena parte de su suerte.
Nadie sabe lo que hace, ni por qué,
pero un buen aspirante descuenta
que desterrando todas las palabras
que sobran, el poema debería aparecer
por necesidad.
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