sábado, 8 de junio de 2024

El poema costumbrista

 

(Periferio Gómara)

 

Detestaba el poema costumbrista,

me parecía casi una contradicción

semántica:


Un poema debe conmover, incomodar,

alterar algo. Portar una carga novedosa,

un revulsivo contra la fuerza de la

costumbre que nos mueve a repetir

y aceptar todo lo establecido como bueno

e inmutable.


El poema no puede ser ajeno al sufrimiento,

al dolor, a la injusticia, al engaño que se

renueva bajo distintas formas para perpetuar

las contradicciones que gobiernan el mundo

y nos hace dudar de que esta vida merezca

ser vivida.


Los grandes poetas querían cambiar el mundo

y lo cuestionaban todo sin vacilar.


Cada vez que me topaba con un poema

costumbrista, paisajista o sospechoso de

estos adjetivos, lo salteaba.


¿Para qué perder el tiempo? Me llevó muchos

años desarrollar la capacidad selectiva, como

para saber qué es lo que merece leerse: Todo

no se puede.


Hasta que una vez leí uno, para reforzar mis

convicciones y ejercitar el pensamiento crítico.

No me decepcionó, yo no esperaba nada.


Ésto es una pavada, me dije. Y decidí probarme,

como un juego, en esa categoría de manufactura

menor.


Me atrajo la novedad, y empecé a escribir otros

poemas costumbristas; no me costaba mucho.

Dejé a un lado el prejuicio: Un verdadero poeta

no puede ponerse límites ni constreñirse a nada.


No me detuve en argumentaciones ni cuestionamientos

vanos y seguí avanzando en mi ejercicio ocasional

y experimental:


Ahora estoy acostumbrado y me salen como chorizos.


El poeta es un animal de costumbres. 


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