(Serafín Cuesta)
Los hijos van y vienen,
un padre es para toda la vida.
Los hijos vienen y van,
se van, después no vuelven
aunque permanezcan hijos.
Y se vuelven padres de otros hijos.
Todo padre es también hijo
de otros hijos que se volvieron padres.
Siempre se vuelve:
El hijo nunca elige
ni a sus padres, ni a sus hijos.
Todos descendemos de elecciones
azarosas y relaciones ajenas, pero
los lazos de sangre no se deshacen
nunca, aunque parezcan débiles o
frágiles o endebles.
Todos descendemos, siempre supimos
descender de leyes y mandatos naturales
que nunca elegimos.
Es la ley de la vida: Algunos son mejores
hijos que padres y también lo inverso.
No sé que es mejor, un hijo puede ser una
buena inversión y hasta una oportunidad
de crecimiento. Pero no es nada de eso:
Tus hijos no son tus hijos, no te pertenecen
ni son propiedad de nadie.
Tu padre, en cambio, sí: es tuyo y es el único,
aunque no sea lo que hubieras deseado:
Un padre es para toda la vida, aunque esté
muerto. Ya todos lo estaremos, es la ley
de la vida: ese vaivén que nos permite
ejercer como padres, hijos y algunas otras
cosas.
Es para celebrar, como hijos, padres, tutores
o encargados, antes que sea tarde.
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