(Serafín Cuesta)
Nunca tuve un discurso propio.
Fuera de eso, interactuaba sin
dificultad y mi vida discursiva
se desarrollaba con toda normalidad.
Nunca tuve un discurso propio,
ni único. Pero teniendo la capacidad
de reconocerlo, y reconocer dicha
propiedad en otros discursos, no me
era difícil apropiarme.
Luego, adoptando uno u otro según
la ocasión y los interlocutores ocasionales
podía lucir un envidiable discurso propio,
sin que nadie dudara de la calidad de mis
propiedades discursivas.
Estaba claro que no hacía falta más, no
necesitaba ningún discurso propio para
hablar con propiedad.
Porque ¿Qué es la propiedad, sino el hondo
sentimiento de que algo nos pertenece y no
puede ser más que nuestro, salvo que alguien
se lo apropie?
A lo largo de nuestra discreta historia, la
apropiación de tierras, haciendas, bienes,
cuerpos y voluntades, ha tenido un papel
determinante en la dinámica evolutiva:
Este pensamiento no me pertenece, ni
los anteriores: Todos son apropiados
salvo el primer enunciado; Nunca tuve un
discurso propio.
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