(Serafín Cuesta)
Hay países grandes y pequeños,
algunos demasiado grandes,
otros tan pequeños que pasan
desapercibidos en el mapa.
Todos quieren crecer, aventuran
algunos. Creen que todo debería
crecer en forma continua e indefinida,
como lo hacen las industrias más
prósperas:
La bélica, la farmacológica y las
industrias del conocimiento.
Las industrias no compiten entre sí
como pasa en el concierto de las
naciones grandes y pequeñas:
Al contrario, pueden asociarse y
aumentar la tasa de ganancias y
de crecimiento.
La carrera armamentista nunca se
detuvo, y nada indica que vaya a
hacerlo: Es útil para asegurar otros
negocios que facilitan la expansión,
una forma de crecimiento.
Nadie duda de la naturaleza expansiva
manifiesta de nuestra especie:
Lo hicimos siempre y siempre funcionó.
Todos nuestros límites son dinámicos y
provisorios, como las cifras disponibles
de producción y consumo de un país,
nación o estado.
Todos nuestros estados son provisorios,
como el movimiento de los mercados,
flujo y reflujo de capital e intereses
devengados y como nosotros mismos.
Hay países grandes y pequeños, todos
tienen sus armas para defenderse y
seguir creciendo, o para expandirse
y ganar terreno:
Una aspiración saludable y natural,
todos queremos ganar terreno, de un
lado u otro del océano, al mar o a lo
que sea.
Cuesta mucho mantener un estado dentro
de sus límites, no importa su volumen ni
categoría.
Hay países tan pequeños, que podrían
desaparecer del mapa sin que nadie se
alterara ni se enterara:
Es probable que haya desaparecido alguno
mientras leemos un poema pasatista como
éste.
Esos países pequeños, sólo pueden confiar
en sus armas, como lo hacen los grandes.
Hay países tan pequeños que su crecimiento
se ve condicionado y limitado por la falta de
espacio: Acumulan más armas que habitantes.
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