(Eleuterio York)
Me solté la mano
como un gusano libre y soberano.
Hay que soltar, me dije y me dejé
ir, librado a este destino que bien
podría ser otro.
Si otros gusanos lo hacen, ha de ser
saludable: Somos tan libres como
cualquier gusano sano.
Fue natural, aunque deliberado, verme
ganar distancia y alejarme sin rumbo.
Hay que saber soltar y separar.
La división es parte de la vida, y acaso
su función primordial; Toda evolución
empieza por la división.
Siempre fuimos divisibles, está a la vista:
A medida que evolucionamos en el tiempo
nos dividimos más y más.
El mismo tiempo es esta división que nos
permite medirlo. No existiría el tiempo ni
ninguna medida sin la división.
II
Pude divisar, a la distancia, aquello que
fui yo, en parte, subdividiéndose en
segmentos libres y solubles a la sombra
del sol, y gozar desde mi nueva condición
como un gusano sano, libre y soberano.
Más allá, yacía el océano, copioso,
inabarcable, y el comienzo de otra travesía
que me era ajena: Los segmentos se juntaban
dando forma a un cuerpo superior:
Otro gusano, tal vez más sano, libre y soberano.
Su nave nodriza, era un barquito de ceniza.
La ceniza puede esparcirse, hundirse y
disolverse, pero no dividirse como nos es dado
a nosotros en forma natural:
La conquista de la división nos hizo
superiores, aunque sabemos que siempre
fuimos divisibles, como cualquier gusano.
¿Un mandato divino?
¿Un logro humano?
No sabemos, Dios sabrá:
Somos divisibles por Dios.
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