(Rolando Doorland)
Blindé mi casa, e instalé los mejores dispositivos
de seguridad. Fue costoso, pero creo que valió la
pena la inversión; la seguridad es esencial, sobre
todo cuando uno llega a cierta edad, y está solo.
Había vendido algunos bienes que ya no usaba
ni pensaba usar, y contaba con un pequeño
capital, fruto de años de sacrificio y privaciones.
Era más que suficiente para solventar todo lo
necesario y disfrutar de una calidad de vida
aceptable, hasta el fin, sin depender de una
jubilación miserable.
Pero no me sentía del todo seguro. Nunca confié
en los bancos, mucho menos en estos tiempos
digitalizados y virtuales, donde todo depende de
códigos, claves, sistemas y aplicaciones, cuyo
lenguaje nos resulta completamente ajeno a los
mayores.
Nunca confié ni quise depender de otros: Me
resistí a la bancarización, al plástico y a la
telefonía celular con todas sus pretendidas
actualizaciones. No lo necesito, ni pienso.
El problema, era encontrar un lugar seguro
para mi capital. Descartados los bancos y las
cajas de seguridad privadas, no había mucho
que esperar del mundo exterior: Todos buscan
su ganancia, y medran con la necesidad y la
buena fe del otro.
La solución no estaba muy lejos, sino acá,
y sólo yo podía acceder a ella.
Sabía levantar paredes, alguna vez lo hice y
todavía podía hacerlo: Nadie puede sospechar
que una pared bien constituída, contenga otra
cosa que los materiales que la componen;
menos aún que albergue algo de valor.
Era la mejor opción, si no la única.
Fue trabajoso, tuve la precaución de introducir
el material en horas desusadas: Nadie tiene por
qué saber que uno levanta una pared en su casa,
y no me gusta dar explicaciones.
Hace un tiempo que la terminé, y estoy satisfecho
con el resultado. Después del revoque fino,
aproveché para pintar todo, de modo de ocultar
las diferencias y evitar que algún visitante ocasional
pudiera alimentar alguna sospecha, aunque no suelo
recibir visitas.
Mi modesta fortuna está segura, ahora.
Permanecerá todo ahí, bien embutido y
emparedado hasta que sea necesario:
Nunca se sabe, pero en estos tiempos no se
puede confiar en nadie.
Mi vida, a esta altura, es muy austera. Siempre
lo fue, pero ahora un poco más: A veces tengo
que privarme de algunos gustos, y hacer
malabarismos para llegar al día del cobro de
mis haberes magros.
Vivo con lo justo, o algo menos, pero no me
quejo. Disfruto mirando la pared, mi pared,
y sabiendo que todo está seguro.
La única garantía de mi seguridad, es mi
capacidad para guardar el secreto, y si hay
algo que sé hacer, es eso. No conozco a
nadie más confiable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario