(Aquino Lamas)
Los ejercicios rítmicos, aunque
resulten monótonos y tediosos
son beneficiosos, si no útiles,
tanto para el desarrollo de la
concentración como para el control
la voluntad de disipasión:
Es difícil concentrarse mucho
en algo que no nos apasiona.
También sirven para corregir
prácticas vacilantes y posiciones
dudosas, que una vez adquiridas
pueden tornar crónicas.
En la ejercitación, el ejecutante
aprende a registrarse a sí mismo
evitando distracciones: Se reconoce
en un patrón rítmico, aprende a amar
a su patrón y a replicarse a sí mismo
hasta constituírse en su propia base
de sustentación.
Quién ama a su ritmo no duda ni
vacila. Nada lo pierde y sabe que
no puede perderse: eso se castiga.
El ritmo es anterior a todos los sentidos
conocidos y a las palabras con que los
producimos y tramitamos.
Quien ama su ritmo no busca otro amo.
Todas nuestras emisiones tributan a un
ritmo, y lo expresan, aún cuando no lo
reconozcamos.
El tiempo invertido en la práctica del
ejercicio rítmico, nunca es tiempo
perdido.
La pérdida pertenece al orden de lo
material: perdemos peso, volumen,
consistencia o masa pero el tiempo
no es materia.
El cuerpo es sensible al tiempo:
Declinamos, perdemos precisión
en los movimientos y nos volvemos
más torpes cada vez. La pérdida
tiene su ritmo.
Adelantarse o retrasarse no sirve de
mucho, el ritmo siempre llega a destino
y todos perdemos todo, por mucho que
hayamos invertido.
Invertir tiempo en ejercicios rítmicos
es una de las inversiones más seguras.
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