(Teodoro Losper)
El poema alambicable vacilaba
como pez ambidiestro en rodeo
ajeno, su rostro en plena evolución
mutaba entre la espada y la pared.
Algo excedido en peso y en volumen,
la vista gorda en relación al cuerpo
emanaba un regocijo refractario
a la inversión cromática doméstica,
aunque invisible a los ojos.
Ensayaba tonos, seminotas débiles
y fintas más versátiles que verosímiles,
al pasar airoso por la escala de valores
cromosómicos genéricos.
Contenía claroscuros que exhibía como
atractivo, parodiando una profundidad
que no conocía pero sabía como denotar
al pasar de una tonalidad a otra:
Pasaba sin esfuerzo de un rosa viejo
a un marrón platinado o metalizado
para no dar que hablar:
Un poema no puede dar que hablar,
hay sobrados argumentos.
Gozaba reflejando en su sombra efímera
y pastosa, el suave diletar de dos pastores
-que bien podrían ser más-
No emitía sonido consentido
pero merodeaba los bordes del espacio
sonoro, evitando las aristas mal pronunciadas.
A intervalos regulares pero nunca idénticos,
agradecía la efervescencia del público
imaginario compuesto de lectores calificados.
Agradecía repitiendo su frase de cabecera
o más, cargada de futuro y apta para todo
uso, dentro y fuera del poema:
No hay por qué.
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