(Aparicio Custom)
El pesimismo conduce
a la debilidad, el optimismo
al poder.
No alcanza con saberlo
y practicarlo; debemos
ser mesurados:
El ejercicio del poder
corrompe y debilita, los principios
y valores debilitados por el poder
(o su ejercicio inapropiado)
pueden sumirnos en el pesimismo
y conducir a una debilidad tan
indeseable como irreversible:
Los débiles no tienen motivos
para el optimismo.
Un débil nativo o por opción,
es naturalmente propenso al
pesimismo y la disipasión:
No se apasiona (a lo sumo puede
cultivar pasiones débiles y dudosas,
inclinándose hacia las bajas)
Luego, un débil no aprovecha nunca
sus oportunidades y se percibe
víctima de su propio fracaso.
Se debe profesar el optimismo, sí.
Pero con moderación:
El optimismo descontrolado es
inconducente; sólo produce endorfinas
con un destino incierto.
No hay que encandilarse con el poder,
que seduce, pero también corrompe y
debilita los espíritus mejor tramitados,
sin una gestión adecuada e inteligente.
Los inteligentes suelen no ser muy
optimistas. Saben que el optimismo
sano es el que se funda sobre bases
sólidas y argumentos sustentables:
No los conocemos aún, pero somos
optimistas.
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