(Serafín Cuesta)
No canto a lo que se repite.
No sólo que no canto, sino
que repito:
No le canto ni me canso de
repetir.
La Repetición es otra cosa:
Se repite el ritmo, la métrica,
una anáfora, como se repiten
los metabolismos.
Se repite el estribillo (si no
se repite no es estribillo, aunque
el lector es libre de repetir lo que
quiera, deseamos repetir.
La lectura nunca se repite, aunque
volvamos a leer el mismo poema y
éste sea una pura repetición)
La Repetición nunca es pura, es otra
cosa. Hay quien la confunde con
reproducción y reproduce el equívoco
con alguna repercusión; le llaman éxito.
Las palabras siempre engañan.
Del equívoco no sale una canción,
pero puede ser el germen de un poema
equivocado: Hay muchos.
Yo me equivoqué, más de una vez,
pero no me jacto ni ando repitiendo
las virtudes del error no forzado como
ese que cantaba y repetía:
Yo me equivoqué, yo me equivoqué,
y de vendedor de café con fe
alcanzó el éxito para felicidad de su
público (un público dudoso, como todos,
que gozan de la repetición de fórmulas
banales y de fácil reproducción)
Quien encuentra la fórmula del éxito
sólo tiene que repetirla:, para eso son
las fórmulas; y la reproducción es una
de las más seguras.
El poema no ofrece fórmulas seguras
y suele frecuentar repeticiones. Es casi
inevitable. Aunque hay fórmulas para
no repetirse y controlar el deseo de repetir
(un deseo que se repite, como todos)
Es difícil cantar sin repetir y sin desear.
No le canto a lo que se repite:
La Repetición tiene dos caras, como una
moneda; sólo que ninguna es verdadera.
Repito: el poema es una moneda al aire,
no se sabe cómo va a caer.
Sólo los locos o poetas apostarían al canto
en este mundo signado por la memoria de
reproducciones fáciles, seguras y dudosas.
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