(Amílcar Ámbanos)
¡Seamos consanguíneos,
que lo demás no importa nada!
Dijo el mosquito, bajó en picada
y se fue volando,
con el peso del nuevo vínculo
entrañable ya sellado:
Los lazos de sangre son para
toda la vida.
II
No te hagas malasangre, pensá
en las dificultades que agregás
a la digestión del mosquito hembra:
(a ellas siempre les toca lo peor)
Bastante tiene con tener que digerir
sangre humana.
Sé solidario, más si sos hembra y
conocés la participación sororal.
III
No mates al mosquito merodeador
que aún no te pica: Podría no hacerlo
e incluso no tener la intención. Tal vez
sólo se sintió atraído por tu calor humano:
Emitimos calor, mal que nos pese y somos
seres racionales; más que cualquier otro.
No se debe prejuzgar, y mucho menos
ejecutar una sentencia definitiva, sin pruebas
contundentes o al menos suficientes.
El mosquito no puede defenderse, pensá que
detrás de él, o ella para ser más preciso,
puede haber una familia.
IV
Para que sea justicia, el mosquito debe ser
sorprendido en plena flagrancia. Ese es el
momento de hacer justicia y proceder a su
ejecución en tiempo y forma:
El hecho se produjo, está picando; no importa
el volumen de sangre sustraída o succionada, ni el destino que le asignara
a ese fluído vital y móvil, ni importa
el móvil.
La comisión está probada y justifica la
aplicación de la pena máxima.
Distinto es el caso del individuo que reposa
en una pared de nuestra propiedad, con el
abdomen pletórico de sangre: No sabemos
ni tenemos pruebas de que su sangre sea la
nuestra, de un familiar, vecino o de algún
viandante ocasional o prójimo desconocido.
Ni siquiera sabemos si es humana.
Ignoramos cuando ocurrió, en qué términos
y si la relación fue consentida.
Además, no encuadra como legítima defensa
ya que ese cuerpo atiborrado de sangre sin
identificar, no podría volver a picar por un
buen tiempo: Su digestión es de tránsito lento.
Merece el mosquito alguna empatía,
en el fondo, todo lo que quiere es
sobrevivir y reproducirse, como vos.
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