(Luis Espéculo)
En una cajita guardaba los dientes
de mi hijo, esos pequeñitos, llamados
dientes de leche.
(No es que estén hechos de leche, se
los nombra así porque aparecen
durante la lactancia; luego se pierden)
No sé si él querrá conservarlos, pero
a mi me gustaba tenerlos ahí, como un
recuerdo. Tal vez alguno se perdió
al caer y no pudo ser recuperado, pero
son un buen número.
Después, empecé a agregar los míos,
menos vistosos y perfectos, más toscos,
grandes y trabajados por el tiempo:
Estaban separados; en una bolsita los
de él y en otra los míos.
La suya quedó ahí, estancada en un número,
pero la mía fue creciendo en el tiempo. No
los conté, pero creo que lo voy a alcanzar,
si es que no lo superé.
¿No es un buen ejemplo de la evolución?
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